Siempre me he considerado un liberal económico incluso cuando esta etiqueta, vuelve a ocurrir un poco ahora, ha tenido mala prensa.
Ser liberal no significa creer a ciegas en el libre mercado o tener una fe absoluta en que este se autocorrige solo, es más bien postular que, con todas sus deficiencias e inevitables áreas de mejora, la economía de libre mercado es la que ha garantizado los mayores años de prosperidad y paz a occidente.
Remarco lo de paz, porque a veces se olvida.
Crecimiento y competitividad a pesar de todo
Aunque han pasado ya los años de mayor crecimiento económico, estos fueron posibles gracias al libre mercado. Pero aún hoy, la mayoría de las economías conservan un enorme potencial de crecimiento gracias al liberalismo, si bien en formas que los principales teóricos de este movimiento –desde Adam Smith a Friedman− no pudieron ni siquiera concebir.
Hoy, el crecimiento potencial está claramente relacionado con la capacidad de occidente para competir tecnológicamente y crecer a través de un auge de la productividad de empresas e industrias asociada a la disrupción y la innovación.
En este sentido, libre mercado significa también que muchos proyectos tecnológicos no llegarán a buen puerto por una falta de demanda o por una cuestión de timing, ya que la experiencia nos dice que muchas veces una buena idea, si no es presentada en el momento oportuno y cuando la gente está dispuesta a recibirla, se pierde para siempre.
Si Europa opta por un modelo de mayor intervención económica, sus empresas quedarán muy lejos de poder competir con las de otros países y se arriesga a una inevitable colonización tecnológica y dependencia económica. Salvaguardar el poder adquisitivo de los ciudadanos a corto plazo no es incompatible con una política de competitividad internacional a largo plazo. Y para lograr altos niveles de competitividad es necesario mejorar el mercado interno europeo, armonizarlo y flexibilizarlo.
El consumo y las rentas
Desde el punto de vista del consumo, la política monetaria sigue jugando un papel importantísimo. Es necesario, como predicaba el liberalismo clásico, limitar el crecimiento de la oferta monetaria a una tasa constante y moderada y seguir controlando la inflación.
El consumo hoy puede ser incentivado sin la necesidad de recurrir a un auge de las rentas disponibles. Basta con una política fiscal que libere recursos de las familias y empresas y que permita a las unas gastar y a las otras invertir.
Hay colectivos en España especialmente lastrados por los impuestos, por ejemplo, los autónomos. Pero también muchas pequeñas y medianas empresas, cuyos beneficios son limitados por el peso que sobre sus cuentas tienen impuestos directos e indirectos, pagos a la seguridad social (propios o de trabajadores) completamente desmesurados y no vinculados a la renta, etc.
Este camino de reducción de tasas, debe ir acompañado de medidas de colaboración público-privadas en apartados esenciales como la salud, la educación y las pensiones, limitando la intervención del estado al socorro de aquellos grupos vulnerables y aumentando la libertad de elección y gastos de los demás, incluida una clase media cada vez más menguada debido a las crisis y los impuestos.
Fomento de la emprendeduría
Nada hay más asociado al mercado libre que el emprendedor o la emprendedora. El ser humano que, con un sueño y una idea, se lanza a crear nada desde cero. Que es capaz de movilizar trabajo y capital a su favor hasta construir una nueva empresa donde antes no había nada.
En la reformulación del liberalismo económico, el papel de los emprendedores –una figura que ha existido siempre, pero que es relativamente reciente en la literatura económica– debe ser puesto en valor.
Son los emprendedores los que hacen avanzar el mercado y los que fortalecen la innovación tecnológica, tan importante para la competencia, como decíamos arriba. Pero, además, ofrecen un modelo a las siguientes generaciones sobre cómo la falta de conformismo y valores como el riesgo y el carácter innovador pueden ayudar a cambiar no solo la economía, sino el mundo.
Esta figura, además, refuerza una de las bases éticas del liberalismo: la responsabilidad individual. La necesidad de que cada individuo se haga responsable de su propio destino en el día a día laboral y social. Sin que esto signifique, por supuesto, el abandono de aquellos que por circunstancias sobrevenidas hayan quedado en una situación de debilidad o abandono y que necesiten del apoyo del resto de la sociedad para su cuidado y/o supervivencia.
Vigencia de algunas posiciones liberales
Ya hace muchas décadas que Milton Friedman planteó soluciones de mercado a todo tipo de problemas -educación, atención sanitaria, tráfico de drogas ilegales- que en opinión de otros expertos exigían, para ser resueltos, de la intervención del estado. Opinión que ha seguido siendo la común hasta nuestros días.
Algunas de sus ideas, consideradas inviables entonces, han acabado aplicándose. Por ejemplo, la sustitución o el complemento al menos de las normas sobre contaminación por un sistema de compra-venta de derechos de emisiones.
Otras de sus propuestas, sin embargo, siguen sonando radicales, pero también siguen siendo a mi entender necesarias y posibles. Por ejemplo, es necesario acabar con el excesivo corporativismo en algunas profesiones; un corporativismo heredero del medievo y su sistema de gremios. Hablo de abogados, arquitectos, auditores, y por qué no, médicos.
También en la gestión del desempleo algunas recetas del liberalismo clásico siguen sin aplicarse. Por ejemplo, la protección al empleado sigue siendo mayor que la protección al empleador, lo que dificulta los procesos de contratación y despido; perjudica al trabajador poder cambiar de un puesto a otro mejor (y con ello, el movimiento al alza de los salarios en aquellas posiciones laborales más demandadas) y vuelve más rígido el mercado laboral, restando agilidad y competitividad a las empresas, obligadas en muchos casos a conservar trabajadores que no han hecho un esfuerzo personal por reciclarse y mantener al día.
En resumen, el liberalismo sigue siendo hoy, con todo, el único camino viable para devolver a Europa una posición de cabeza en el concierto económico internacional.